Las organizaciones en la inminente regulación de la Inteligencia Artificial

Las organizaciones en la inminente regulación de la Inteligencia Artificial

Por: Redacción Recursos Humanos TV

Inteligencia artificial (IA) es un término acuñado en los años 50. Y aunque tiende a identificarse con una única tecnología, en realidad engloba una gran variedad de técnicas y metodologías cuyas bases teóricas se desarrollaron hace más de 70 años. Este campo ha pasado por diversas fases, y en su primera etapa fueron predominantes las aplicaciones de la IA simbólica.

Esta era una aproximación ‘top-down’ que aspira a parametrizar todas las alternativas que pueda tener un problema para encontrar su solución recorriendo un árbol de reglas lógicas.

Los logros iniciales de esta aproximación no alcanzaron las altas expectativas puestas en ella, la inversión se interrumpió, y se vivieron dos etapas negativas de la IA consecutivas en los años 70 y 80 del siglo XX.

Hoy en día, en definitiva la IA lleva entre nosotros mucho tiempo, pero es ahora, gracias a la explosión de datos y al aumento de capacidad de procesamiento a costes decrecientes, cuando las soluciones que se apoyan en ella están viviendo un auge que se ha venido a señalar como la cuarta revolución industrial aplicada en nuestro ámbito empresarial.

Por otro lado, toda innovación tecnológica tiene pros y contras asociados. Podemos pensar en decenas de ejemplos con perspectiva histórica: desde la dinamita, a los automóviles o la aviación, pasando por la energía nuclear o, más recientemente, la revolución verde en agronomía.

Sus aplicaciones nos plantean dilemas éticos: impulsan el progreso, pero también pueden acarrear riesgos inexistentes hasta ahora, o magnificar otros ya identificados. Por lo tanto, la regulación de la IA debe tomar en cuenta los siguientes aspectos:

        • Una regulación muy vinculada a la tecnología podría quedar obsoleta rápidamente, pues la tecnología evoluciona a gran velocidad. Lo ideal sería que las leyes establecieran unos principios “tecnológicamente agnósticos”, cuya validez no dependiera del estado de desarrollo de una tecnología determinada.
        • Una regulación muy vinculada a la tecnología puede penalizar el avance técnico. Podría llegar a favorecer los sistemas poco sofisticados frente a los más avanzados. Nuevas exigencias legales podrían fomentar el mantenimiento de sistemas simples, por ejemplo basados en reglas de diseño humano y no automatizados, frente a alternativas más evolucionadas, basadas en ‘machine learning’ y automatizadas.

Regular una tecnología concreta requiere determinar claramente el objeto de la regulación, es decir, es necesario definir y acotar perfectamente el ámbito de la regulación para no dar lugar a interpretaciones posteriores dispares.

En el caso de la IA, el grupo de expertos de la Comisión Europea propone una definición tan amplia de esta tecnología que abarcaría prácticamente cualquier sistema o proceso que recabe datos, los procese, y actúe en base a esta información, algo que cumplirían elementos tan básicos como una puerta automática o el termostato que regula la climatización de una estancia.

La sociedad busca mantener un alto nivel de autonomía humana, o, dicho de otro modo, queremos mantener el control sobre los procesos automatizados. Además, debemos mitigar problemas que pudieran originarse en las interacciones entre máquinas, pero quizá la mejor forma de lograr esto sería mediante normativas sectoriales en transporte, finanzas, industria, etc.

Un ejemplo de ello son los sistemas de ‘algorithmic trading’ en mercados bursátiles, en los que las máquinas negocian entre sí y cierran operaciones de inversión. En resumen, los riesgos no están en la tecnología, sino en cómo se usa.

Es por ello que establecer requisitos regulatorios adicionales sobre la IA, especialmente en aplicaciones sin apenas impacto en la vida de las personas, aumentaría el coste de implantación de estas nuevas tecnologías y desincentivaría su adopción en empresas que realmente se benefician de dicha tecnología.

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